Tras la derrota de Argentina por penales ante Chile, Leo Messi le dijo adiós a su selección. Las constantes críticas y las grandes responsabilidades jugaron su papel para que el astro del Barcelona se aleje del equipo de su país.
Para muchos, ganar es lo normal. En caso de derrota, el apuntado siempre es uno sólo: Leo Messi. Que no siente la camiseta, que en el Barcelona hace los goles, que no corre, que no canta el himno, que no tiene personalidad. Siempre, pase lo que pase, todo es contra él.
Ayer, la Pulga demostró que es humano. En su llanto se vio el reflejo de la angustia que le genera estar en el centro de la escena todo el tiempo. Quizás no tenga ese liderazgo al estilo Diego Armando Maradona, pero no se merece estar viviendo lo que pasa en la actualidad.
En el estadio de Nueva York fue el mejor de los albicelestes. Aceptó el protagonismo y se puso el equipo al hombro. Con su rapidez, gambeteó y creó juego. El problema estuvo en su soledad. Solo, sin compañía, es imposible. Cuando levantaba la cabeza para habilitar a un compañero, no tenía a nadie cerca.
Si realmente Messi se va de la selección argentina, los fanáticos sudamericanos se darán cuenta de lo importante que era en el verde césped. Ante la falta de la estrella, vendrán los recuerdos de sus jugadas y de los partidos que ganaron gracias al diez. En la Copa del Mundo y en las dos Copas América, llegaron a la final por obra de él.
Probablemente haya sido un error salir a declarar luego del encuentro definitorio. Algún integrante del plantel le tendría que haber dicho que se tranquilizara y, en frío, analizara mejor la situación. La reacción también fue parte del estrés que sintió a lo largo de todo este tiempo.
Los que lo critican estarán contentos de que dio un paso al costado, aunque se darán cuenta de la clase de futbolista que es. Los que lo aman y valoran sus capacidades, sólo tendrán la posibilidad de observar sus clases cuando se ponga la camiseta azul y roja, lejos de toda presión y de toda exigencia.